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“El tiempo, el implacable…”

Proponer, a mas de un año de cerrada políticamente su dirección original, un número dedicado al Pro.Cre.Ar. tiene de mi (¿nuestra?) parte algunos objetivos confesos y manifiestos.

En principio intentar salir de la dicotomía fácil en que suelen instalarse las actuales discusiones sobre las políticas de Estado en Argentina durante la década anterior, casi siempre reducidas a estilos y anecdotarios pero en general carentes de análisis significativo. En la medida que avanza cotidianamente la implementación de su transmutación efectiva en nuevos modelos, la contrastación evidente nos vuelve a arrojar en los brazos de la generalidad fácil y nos impide, no casualmente, reconocer de forma acabada las diversas implicancias de lo actuado. La visión crítica de implementaciones y defectos objetivos sede ante la comparativa de conculcación de derechos asumidos equívocamente como capital permanente (1).

La dimensión político – espacial de un programa, sus objetivos y consecuencias, quedan solapados detrás de adjetivaciones, consignas genéricas o incluso invisibilizaciones desde uno y otro “bandos” en pugna.

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Fotografía: Diario LA NACION / fotógrafo: Emiliano Lasalvia.

Pretendemos en este número discutir especificidades, y entender esto como un aporte fundante, no distractivo. Creemos que esta suma de artículos originados desde las diversas dimensiones y sentidos comprendidos en lo actuado, puede abrir un camino posible de valoración, revisión crítica y en un futuro, esperamos mas cercano que lejano, replicabilidad superadora.

En momentos donde la corrección política parece homogeneizar todo hipócritamente, donde los discursos acerca de la inclusión y el bien común surgen de las bocas mas impensadas en aparente coincidencia universal, precisar acerca de instrumentos, productos y contextos es lo único que puede arrojar algunas luces en función de separar la paja del trigo, tarea siempre necesaria para evitar indigestiones.

En segundo, el que los que aquí escribimos hayamos formado circunstancialmente parte protagónica de la experiencia, permite tener una fuente directa, discutible en su objetividad si es que tal cosa existiere, pero rara vez hallable salvo tras la tarea de investigadores histórico – críticos, una vez bien pasados los tiempos de la pasión y el involucramiento directo que impedirían la invocada necesaria distancia, otro concepto también fácilmente impugnable.

Tuvimos así que esperar medio siglo para que la voluntad de Molina y Vedia junto a Rolando Schere rescatara del olvido los archivos de Fermín Beterbide (2). Más recientemente las publicaciones del Cedodal coordinadas por Ramón Gutiérrez nos permitieron tras igual lapso de tiempo saber quién fue Fariña Ricce por nombrar sólo uno de tantos profesionales anónimos o “anonimados” por la reacción fusiladora del `55 (3).

Aun nos debemos una seria evaluación de la producción integral de los 60 y 70 capaz de superar la maldición que la posmodernidad fácil les infligiera y por añadidura a todo edificio habitacional de mas de tres pisos.

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