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“El espacio público es móvil. El espacio privado es estático. El espacio público es disperso. El espacio privado es concentrado. El espacio público está vacío, es la imaginación. El espacio privado está lleno, son objetos y memorias. El espacio público está indeterminado. El espacio privado es funcional. El espacio público es información, el espacio privado es opinión. El espacio público es soporte. El espacio privado es el mensaje. El espacio público está, en fin, en equilibrio inestable. El espacio privado es por necesidad estable”.

Federico Soriano, Espacio público y privado.

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La forma de la ciudad de Buenos Aires está definida por la cuadrícula. La manzana, que es su unidad, define el ámbito de lo público y lo privado: hacia adentro, lo privado, hacia fuera, lo público. La sustracción de una manzana entera hacia lo público es la más clásica de las operaciones que en nuestra ciudad generan un espacio común, el de la plaza.

Pero la forma de la ciudad no se revela únicamente a través de los elementos que generan su trama. Debemos sumar una cantidad de normativas edilicias que definen su fisonomía a pequeña, mediana y gran escala – la obra de arquitectura individual, la manzana, la trama – incidiendo directamente en la definición de tipologías y en la volumetría general resultante. Las distintas codificaciones municipales han ido variando a lo largo del tiempo y en conjunto explicarían, en parte, la configuración del gran perfil edilicio de Buenos Aires.

Sin embargo, el estudio de las leyes que gobiernan el desarrollo de la ciudad no da cuenta de la heterogeneidad urbana, con estratos de temporalidad y espesor imposibles de explicar únicamente desde lógicas de derecho: se trata de descubrir las lógicas de distinto orden que actúan en la constitución del espacio urbano. “La fisonomía de la aglomeración es la resultante de sus condiciones de existencia, siendo las formas externas la expresión de la naturaleza interna del organismo urbano”(1). Justamente estas formas están plagadas de vacíos dentro del conjunto de lo legal, dando lugar a la aparición de intervenciones espontáneas, lógicas de hecho que se superponen a las de derecho.

A-Parquear se inscribe dentro de un conjunto amplio de búsquedas y de proyectos que están preocupados por la ciudad contemporánea, atentos a estos vacíos, a lo no codificado, a las zonas muertas, a los intersticios, a los espacios que quedan todavía como vacantes, para ser apropiados, reconfigurados(2). Capaces de ser un suelo nuevo, la fisura desde la cual lo público puede crecer y expandirse por sobre lo privado: la grieta por la cual una plaza podría meterse en el pulmón de la manzana, en las losas no utilizadas de los edificios, en construcciones abandonadas, en los espacios aéreos desaprovechados de los estacionamientos en las áreas más densas de Buenos Aires. “Existen movimientos sociales urbanos que intentan superar el aislamiento y remodelar la ciudad de acuerdo con una imagen diferente de la promovida por los promotores inmobiliarios respaldados por el capital financiero, el capital corporativo y un aparato de Estado cada vez más imbuido por una lógica estrictamente empresarial”(3).

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Entender a la ciudad consolidada como una nueva naturaleza, territorio a ser intervenido, superficie sobre la cual instituir nuevos modos de urbanización. “En la urbe siempre habrá un espacio residual donde la soberanía del imaginario colectivo e individual podrá detonar”(4). Y en este sentido, la definición de lo privado y lo público tomando como límite la línea municipal nos condiciona. La frontera es más interesante que el límite. La frontera es un campo, una región, una faja extensiva y dinámica, donde los extremos son difusos, adaptables, y están en constante movimiento.

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