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El diseño social en perspectiva latinoamericana

Recorrido por algunas de sus instancias histórica (2)

El diseño o, según la expresión que preferimos, los diseños (3) se encuentran en el seno de las disciplinas que producen y/o reproducen prácticas sociales (Doberti 2014). Al acordar con este criterio categorial, el enunciado “diseño social” resultaría, en un sentido amplio, cuasi redundante pues sin el componente social no parece haber una praxis disciplinar posible. No obstante, el uso de dicho concepto con un sentido específico propone tipificar determinadas acciones que en el campo de lo proyectual insisten desde hace cierto tiempo en un posicionamiento crítico respecto de los formatos canónicos de las disciplinas, autoidentificándose como, entre otros apelativos, diseño social —para nosotros, «diseños sociales»—, ante el deseo de informar, desde su denominación, acerca de su pluralidad y, entonces, dar cuenta de sus diferencias, más allá de los aspectos que, en efecto, comparten.

Los diseños sociales se constituyen en la actualidad como una categoría en proceso de determinación; como menciona Ledesma (2013: 98), se trata aún “de un área de escasa precisión conceptual”; el corpus que cabría inscribir en ella parece relacionarse con acciones tales como las que implican el diseño para el desarrollo, para la inclusión y/o accesibilidad, el diseño y las cadenas de valor, el diseño sostenible, el eco-diseño, el diseño socialmente responsable, el universal, el centrado en el usuario, el slow, el diseño para adultos mayores, el diseño para todos, el libre de barreras, el transgeneracional, el participativo, el diseño sin edad, entre otras. Todos ellos proponen críticas a la práctica disciplinar, exponiendo discontinuidades respecto de los territorios contemporáneos, desde miradas con perspectivas evolucionistas hasta proposiciones de ruptura.

En este artículo haremos un recorrido por algunas de las consideraciones vinculadas, en términos históricos y contemporáneos, con el diseño en su campo, función o componente social. Trataremos de señalar en forma de hipótesis, algunos momentos claves en este proceso de conformación, y demarcaremos lo que a nuestro entender los diferencian en términos estructurales. Esperamos poder aportar al esfuerzo de colectivos latinoamericanos por dar forma al área de los diseños sociales en términos de prácticas, procesos de reflexión y acción política, con el fin de profundizar su capacidad para acompañar el desarrollo de su sociedad de pertenencia.

La génesis del diseño social

Una breve exploración del pasado reciente permite comprobar que estos enfoques disciplinares tienen sus precedentes. La necesidad de revisar los ejes de atención sobre la cuestión social en el marco de las prácticas proyectuales se acredita, de modo especial, al diseñador, profesor y escritor Victor Joseph Papanek (Viena, 1927-1998, Kansas) (4) . Crítico sagaz de la cultura del diseño moderno y de las consecuencias de su intervención en el mundo y en la sociedad, en 1970 publica su libro Design for the Real World: Human Ecology and Social Change. En el prefacio adelanta que “el diseño tiene que ser un utensilio innovador, altamente creativo e interdisciplinario, que responda a las verdaderas necesidades del hombre. Ha de estar orientado a la investigación y es preciso que dejemos de deshonrar a la misma tierra con objetos y fabricaciones pobremente diseñados”; al cerrar su alocución advierte: “como diseñadores comprometidos moral y socialmente, debemos encararnos con las necesidades de un mundo que está con la espalda contra la pared mientras que las agujas del reloj señalan inexorablemente la última oportunidad de enmendarse”(5) . Papanek marca esta cuestión inaplazable que, junto a otras y en el contexto de una discontinuidad de época, apuntan a una transformación urgente de las acciones irresponsables del ejercicio disciplinar.

En pos de elaborar un recorrido de algunas filiaciones de los actuales «diseños sociales», aunque no se lo pretenda exhaustivo es preciso considerar la amplitud de la cuestión que nos ocupa, aspecto que Papanek asume al afirmar: «Todos los hombres son diseñadores». El acento universal de este enunciado se completa con un fundamento pragmático: «el diseño es la base de toda actividad humana». El diseño aparece, entonces, como una práctica que incluye entre sus haceres componer un poema o realizar un mural, pintar una obra, escribir un concierto y también preparar una tarta o educar a un hijo: acciones conscientes para establecer un orden significativo (1970 [1977: 19]). La práctica proyectual se basa en el objetivo central de «transformar el ambiente y los utensilios del hombre y por extensión, al hombre mismo» (1970 [1977: 36]); su entidad se presenta, en el discurso de Papanek, necesariamente social e histórica. Las tesis que el autor propone permiten comprender por qué en este artículo se consideran diversas fuentes que han concurrido al pensamiento social del diseño, más allá del estricto campo de la profesión, actualmente considerada.

El análisis contemporáneo de los sucesos nos brinda una distancia temporal y geográfica que permite revisar esas posiciones contextualizándolas. En un marco de coincidencias, algunos autores de nuestro medio académico tejen relaciones entre el componente social del diseño y la modernidad, y remontan su vínculo hasta los principios de la disciplina (Doberti y Giordano 1996, Bernatene 2006, Romero, Giménez y Senar 2006, Galán 2011, Gómez 2012, Ledesma 2013). Estos autores subrayan que la cuestión social de los diseños es un tema intrínseco de la constitución del proyecto moderno y del propio quehacer disciplinar.

Los debates que, a partir del siglo XVIII, acompañan el decurso de la Revolución Industrial y de las revoluciones políticas permiten detectar tempranamente algunos temas y problemas recurrentes cada vez que se reflexiona acerca de la práctica del diseño en el seno de la vida natural y social, si bien su sesgo difiere en cada época: cuestionamientos éticos, estéticos y económicos; evaluaciones científicas y tecnológicas; tópicos como los parentescos y distancias entre bellas artes, artes decorativas o aplicadas o bien entre arte, artesanía y diseño; sus vínculos con el trabajo –creativo, no creativo, alienado- etc.

Una de las discusiones directamente concomitante a la práctica del diseño es la que, abierta a partir del retorno de la democracia en nuestro país y en nuestra región, se ha dado entre concepciones modernas, neo-modernas y postmodernas. Quizás una tardía asunción de los cambios operados por los procesos de imposición del neoliberalismo desde fines de la década de 1960 que, sin embargo, contextualizaba dramáticamente el cambio que reclamaba Papanek y exigía un reposicionamiento regional de la cuestión político-social.

Al respecto, en un encuentro con intelectuales y artistas argentinos en el año 2003, Tomás Maldonado (Buenos Aires, 1922) —primero miembro del Movimiento Concreto, luego diseñador, teórico y académico internacional— se reconocía filiado a la perspectiva de «proyecto inconcluso» que Habermas otorgara a la Modernidad (6). Maldonado consideraba necesario realizar «un esfuerzo tendiente a establecer algunas pautas de reflexión aptas para un enfoque racional al tema de la modernidad». Y proponía como punto de arranque «una crítica tanto a la presunta modernidad de la sociedad en la cual nos ha tocado en suerte (o mala suerte) vivir, como a una posmodernidad que postula el fin de todas las grandes narraciones»; porque, a su entender, «es, en efecto, difícil, sino imposible, imaginar una vida social sin algún tipo de gran narración». Para Maldonado los principios nucleares del proyecto moderno se alojan en la tradición de la racionalidad occidental, por ejemplo, los famosos conceptos de libertad, igualdad y fraternidad que, «adquieren un carácter institucional (y jurídico) en la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 1789». Luego de más de dos siglos de existencia y a pesar de todas las modificaciones y transgresiones del caso «no hay la menor duda que en términos muy genéricos las nociones de libertad, igualdad y fraternidad hacen parte, y parte esencial, del patrimonio de inspiración democrática y humanística del proyecto moderno.»

Aunque hoy «ellas se demuestran insuficientes» (Gradowczyk 2008: 27-30). Tal insuficiencia, sin embargo, nos parece adjudicable a la socialmente dispar y territorialmente colonial realización de dichos ideales desde el inicio de su postulación por parte de las naciones europeas modernas.

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