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Lo trans, lo colectivo, lo común: experiencias fragmentadas de vivienda

Este artículo parte de la problemática que significa para el colectivo travesti-trans la falta de representatividad en las políticas de hábitat y vivienda y como, ante este panorama de carencia y necesidad, han podido y sabido maniobrar para encontrar soluciones. Así, generaron estrategias habitacionales en torno a un discurso espacial diferente, transgrediendo la ficción público/privado y formando redes intergeneracionales y modelos alternativos de familia que desbordan los modelos individualistas de vivienda.

“¿Qué tipo de potencia transformadora reside en aquellas experiencias de autoorganización social que produce común?”

(Linsalata, 2019, pg 113).

Me interesa tomar como punto de partida para este trabajo el hecho de pensar, en clave de los estudios de género, la manera en cómo la producción de las diferencias sexuales y corporales ha dictaminado quiénes son aptxs para recibir derechos y en qué condiciones; es decir, estudiar de qué manera la modernidad, como categoría, ha impuesto una epistemología que descarta y desvaloriza a todo aquello que trasciende los propios límites que impone.

La arquitectura y el urbanismo, siguiendo esto y desde sus propias latitudes, no han sido una excepción. Por ello, este artículo parte del abordaje de la problemática que significa la falta de representatividad del colectivo travesti-trans en las políticas de hábitat y vivienda. Ante este panorama de carencia y necesidad, han podido y sabido maniobrar para encontrar soluciones, generando estrategias habitacionales en torno a un discurso espacial diferente, transgrediendo la ficción público/privado, formando redes intergeneracionales y modelos alternativos de familia que desbordan los modelos individualistas de vivienda. De este modo, es posible comenzar a ilustrar el vínculo entre la complejidad de las historias travestis y sus prácticas de autonomía espacial (Di Pietro, 2015), pues estas relaciones sociales son producidas espacialmente, tanto con narrativas como con experiencias.

Se busca, a través de estas experiencias de autogestión y colectivización, revelar cómo parte del colectivo ha ido edificando en la acción colectiva, autogestionada y autónoma una teoría propia que emplea lo espacial como una metáfora crucial para el desarrollo del conocimiento, la política y las comunidades. Al no encontrarse ubicadxs cómodamente en la binaria matriz heteropatriarcal, esta teoría cuestiona de fondo la relación saber-poder y la dependencia a las instituciones, revelando las propias limitaciones de los discursos dominantes, apuntando a formas alternativas de conceptualizar en torno a las categorías dadas y heredadas. Para ello, será necesario reconsiderar los fragmentos de estas experiencias de vivienda, buscando (re)convertir las fuerzas astilladas en una forma que pueda comenzar a abordar integralmente la dimensión colectiva de la arquitectura.

Las condiciones de vida en las que ha desarrollado su habitar el colectivo es un producto más de las constantes segregaciones y marginalizaciones que encuentran, a su vez, correlato en las políticas llevadas a cabo por las distintas estructuras estatales. El Estado, a través de una arquitectura social restrictiva, volvió abyectas sus vidas, de manera que, en la articulación de estas experiencias y necesidades colectivas, puede desplazarse la posibilidad de proponer una idea alternativa para las ciudades, los espacios y el habitar (Aureli, 2019).

El acceso a la vivienda por parte del colectivo trans-travesti se ha convertido casi en una utopía debido a estas discriminaciones sistemáticas (1). Frente a esta compleja situación, no existen políticas al respecto en los planes de vivienda estatales, ni siquiera en el acceso a la vivienda propia por sus propios medios, casi inexistentes debido a los altísimos niveles de informalidad laboral. Estas relaciones de poder, entonces, se han estructurado en términos de una fuente unilateral e indiferenciada y de una reacción cumulativa al poder, que trata de borrar todos los modos y experiencias marginales. Por tanto, como plantea Foucault (2009), el poder sólo podrá entenderse en el contexto de la resistencia, donde el desvío y su potencial subversivo serán un pliegue imprevisto del mismo antes que una fuerza ajena al mismo; es decir, esta reconfiguración narrativa histórica y reterritorialización de los espacios sociales busca trabajar sobre las fronteras de ciertos conocimientos, indeterminados, desde los cuales las potenciales resistencias y alternativas al poder surgen como efecto indeseado de las operaciones de poder.

Estas problemáticas en relación al habitar que atraviesa el colectivo resultan aún más relevantes en la actualidad, como consecuencia de los esfuerzos que se están llevando a cabo por diferentes espacios, colectivxs y agrupaciones, para comenzar a trabajarlas y pensarlas, sentando las bases de una política interseccional y descolonizadora de las injusticias sociales y de género. Parte de estas acciones que se llevan a cabo por el derecho al acceso a la vivienda se encuentran judicializadas, como fue la reciente presentación de un amparo colectivo exigiendo que se les otorgue un acceso prioritario a los subsidios para vivienda en CABA (2) o la defensa de dos mujeres trans contra los desalojos forzados que llevaba a cabo el GCBA en el asentamiento Lamadrid (3), ambas impulsadas con el apoyo y acompañamiento del Ministerio Público de la Defensa de CABA.

En ese sentido, cabe resaltar la irrupción de lo trans en la arena pública en la década del ‘90, cuando la Ciudad de Buenos Aires atraviesa su proceso de autonomía. Con la discusión de su marco legal comienzan a debatir los distintos proyectos de ciudad, transparentando quiénes debían vivir en ella y quiénes no, apelando a determinadas narrativas de raza, clase y género construidas histórica y socioculturalmente. En este contexto, los edictos policiales de tradición dictatorial, que fueron la principal arma de las fuerzas de seguridad para con las detenciones arbitrarias del colectivo, fueron derogándose. Estos le otorgaban a la policía la facultad de arrestar, multar y sancionar a quienes violaran las normas sin la necesidad de pasar por el sistema judicial y su derogación abrió un debate legislativo y social que tuvo como resultado la promulgación en 1998 del Código de Convivencia o Código Contravencional y sus posteriores debates y modificaciones (Boy, 2017).

Las posteriores discusiones en los procesos de reforma del Código pusieron sobre el centro de la mesa la oferta de sexo callejera, ejercida en gran número por población travesti-trans. Como expresan Boy y Perelman (2008), se hicieron evidentes los conflictos que se manifestaban en el espacio público de la CABA, ya que, a partir de ellos, entre los grupos que ocupaban diferentes posiciones de clase, de identidad de género y de trayectorias habitacionales, se hizo visible cómo el espacio es un producto donde las diferencias se encuentran, se solidarizan, se dirimen y se molestan. Así, quedó demostrado, con la delimitación de la zona roja, el lugar asignado al colectivo en la vida social humana; es decir, cuál era la valorización y el significado que habían adquirido sus actividades a través de interacciones sociales concretas (Mohanty, 1988).

Esto contribuyó a la exclusión del colectivo de toda estructura o política pública, pues la colonización y la violencia racial transforman, no sólo la subjetividad, sino también el umbral en el cual ésta comienza a girar al interior de un dominio de lo humano, que construye al abyecto como su sombra fundacional (Di Pietro, 2019). Si la modernidad define a la humanidad a través de la binaridad sexual, quienes fueron emplazados en la zona de no-ser formarán parte de un ámbito de lo sexual que escapa a esa binaridad y será marcado por “aberrante, monstruoso y deforme” (Di Pietro, 2019, 3.2.1.1). Con esta estrategia analítica se asume que hombres y mujeres están ya constituidxs como sujetxs político-sexuales antes de su entrada al campo de las relaciones sociales, por lo que un escenario que no habilita posibilidades por fuera de esta estructura dual claramente no permite el ejercicio de una vida política o privada al colectivo trans-travesti. Esto implica una relación de dominación estructural y una supresión, muchas veces violenta, de la heterogeneidad del sujetx o sujetxs en cuestión (Mohanty, 1988). Así, sus vidas y actividades son esencializadas con un ímpetu colonial que consiste en el intento de doblegar una realidad desconocida para hacerla encajar en categorías de conocimiento y figuras del existir preestablecidas (Di Pietro, 2019). Al respecto, Lohana Berkins (4) expresaba, durante las audiencias por el Código de Convivencia, que eran vidas hipersexualizadas:

“La prostitución para nosotras no fue una elección. No es que yo me senté en el mullido sillón de mi casa y dije: “¿Qué puedo ser? ¿Una vecina facha, una prostituta o un travesti? No tuve alternativa; el Estado me ha impuesto y me ha condenado a la prostitución” Lohana Berkins (Audiencia Pública, 2004: 88).

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