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Derecho a la ciudad

De la dudosa existencia del derecho, la ciudad, el habitar y algunas otras cuestiones

El sabor de la pregunta

Mi formación y desempeño laboral fue transitado mayormente en la gestión pública y a su vez soy profesor de esta casa de estudios de la materia Teoría del Habitar, con lo cual tengo trabajos hechos sobre el desarrollo de la ciudad y trabajo en el Ministerio de Desarrollo Social, por lo tanto: necesidades, pobreza, y sobre todo políticas públicas son temas cotidianos. Con respecto a esto, he pensado algunas cosas y más que cosas pensadas, tengo preguntas. Preguntas vinculadas con respecto al habitar, me gusta la pregunta como metodología, entonces yo prefiero volver a preguntarnos sobre los conceptos que venimos trabajando hace ya bastante tiempo. En algún momento Roberto Doberti me ofreció una conferencia para un congreso de Althea, que hablara sobre la didáctica de la Teoría del Habitar y me sirvió, porque descubrí que en cada ceremonia educativa se reconstruye el pensamiento.

El conocimiento no es algo que se transfiere. La transferencia de conocimientos es una gran mentira. ¿Por qué? Porque sería el único caso en el cual alguien posee el capital. entonces, yo, que poseo un capital simbólico que puedo transferirles a cada uno de ustedes a través de esta ceremonia de conferencia y una vez terminada esa ceremonia el conocimiento fue transferido y se multiplica, pero a la vez, ese conocimiento transferido sigue siendo parte de mi propio “capital”. Por lo pronto digamos que eso es, a todas luces, falso, lo que sucede aquí es otra cosa. Lo que sucede realmente es que el saber  se reconstruye permanentemente. Lo que sabemos de las cosas lo ponemos de nuevo en juego en cada ceremonia de esta facultad o cualquier universidad para poder reconstruirlo. Y para poder reconstruirlo, yo tiendo a volver a hacerme las preguntas nuevamente.

Les voy a leer una adivinanza, para arrancar preguntándonos: “Qué extraordinario manjar la fruta! Qué maravilla! Con su piel sutil, que por tacto y color, más que protegerla, la anticipa. Como el vestido de seda de una mujer hermosa, nos tienta a hincarle el diente. Y en el estallido de ese primer mordisco, una explosión de aroma y sabor invade nuestras fosas y escurre por nuestra barbilla. Aspiramos profundamente y no perdemos tiempo con nuestra lengua, recorriendo labios y dedos para no dejar escapar una gota de su jugo dulce y fresco. Su carne y su sangre se descubren al devorarla. Algunas se multiplican en gajos, otras en racimos, algunas fibrosas, otras maternalmente lácteas. Si el granjero se apresuró a arrancarlas, su tono verde brillante anunciará acidez e indigestión. Si por el contrario, se dejó estar, su blandura será viso de empalago y falta de fuerza vitamínica. Algunas habrán pasado demasiado tiempo en frío, y en ese caso serán estéril estampa. Su aspecto padecerá la falta de sabor y de nutrientes. En su centro interior, el carozo, duro, áspero y rugoso, protegiendo una seca y minúscula esfera sin aroma ni sabor: la semilla. La mayoría de las frutas están condenadas a que el sol y el viento seque su carne para extraer la semilla. Miles de millones de semillas sólo destinadas a convertirse en polvo, que sacie momentáneamente las tripas de millones de hambreados, dándole la energía suficiente para seguir trabajando, sólo hasta el día siguiente, en que nuevamente el estómago le reclame su ración de polvo de semillas en diversas formas, fideos y galletas. Pero algunas semillas, las nacidas de las mejores frutas, serán cuidadas y mimadas por el hombre y por la tierra para renacer la primavera siguiente en vistosas flores y frutas jugosas.”

Esto es una adivinanza; Hablamos de frutas y semillas, ¿o de qué estamos hablando? Ahora va con la respuesta: Qué extraordinario manjar la pregunta. Qué maravilla. La pregunta con su piel sutil que más que protegerla, la anticipa. Como el vestido de seda de una mujer hermosa, la pregunta nos tienta a hincarle el diente. Y en el estallido de ese primer mordisco en la pregunta, la explosión de aroma y sabor invade nuestras fosas y escurre por nuestra barbilla. Como así también hay preguntas que son demasiado prematuras, entonces son ácidas y molestas, y hay otras que ya están pasadas, hay preguntas que ya fueron hechas, que ¡ya fueron!, son de la temporada pasada y entonces nos engañan y se vuelven empalagosas. Y, por otro lado, la semilla en este jueguito de hacer una adivinanza, serían las respuestas. Las respuestas, son sólo para saciar la inquietud de la pregunta, La respuesta tranquiliza, cuando debería ser todo lo contrario. Por eso la convocatoria es conservar las preguntas, darles vuelta, volver a retomarlas. Las respuestas no son más que un sucedáneo tranquilizador del momento. Bien, Dije «vamos a hablar de cosas que no existen»…

Cosas que no existen… el Habitar

(Tampoco tanto)… El Habitar, como concepto, hace un tiempo no existía, y en relación a esto nos ubicaremos en dos momentos históricos en los que se empieza a hablar modernamente del Habitar… El primero de ellos se sitúa en la posguerra. Se reúnen en Darmstadt, una ciudad alemana, un grupo de arquitectos.  Éstos convocan a dos filósofos: Heidegger y Ortega y Gasset. Pensemos… 1951, Europa destruida, el Plan Marshall tratando de reconstruir Europa, y los arquitectos de las potencias fascistas, una de ellas derrotada y la otra triunfante en su país, pero que no sale del mismo. Por otro lado, los CIAM, el movimiento moderno, planteando su manifiesto, y en lugar de ocuparse de la reconstrucción en Europa, están haciendo ciudades: planificando Brasilia, Chandigarh, etc. los CIAM llevan a cabo una operación muy extraña: establecen las cuatro funciones que debe tener una ciudad: Trabajar, obviamente en primer lugar, Recrearse en el tiempo libre, Circular y Habitar. Con lo cual en esta premisa, tenemos una primera definición de habitar, donde Habitar queda relegado a la cuarta parte de la vida doméstica (individual, personal, limitado a la casa) Habitar es en la casa, en lo doméstico. Todo lo demás, toda la civilidad, será otra cosa que no dicen qué es.

En cambio, estos dos muchachos, empiezan a pensar, a dialogar entre ambos sobre cuestiones en las que no están de acuerdo. (1)  Los arquitectos alemanes, en el coloquio de Darmstadt, llamaron a Heidegger para hablar de construir, y lo primero que él dice es que no se puede, que construir no es un medio para un fin, porque cuando se construye se está habitando. Siempre estamos habitando, hagamos lo que hagamos. Lo otro que Heidegger plantea (y en esto está muy de acuerdo con Ortega y Gasset) es que la respuesta está en el lenguaje. Entonces rastrea etimológicamente de dónde viene Habitar. Y en este manejo del idioma, dice que Habitar y Ser están en directa correspondencia, (2) que etimológicamente tienen el mismo origen y es prácticamente lo mismo, pero que habitar significa también cuidar, es un cuidar el ser del hombre. Entonces construir es (también) propiamente habitar. Habitar es la manera en que los hombres son en la tierra. (3)

Las cosas empiezan a tener existencia a partir de algo que les da sentido, a partir de una cosa que les otorga entidad. (4) No quiero usar la palabra SER, porque en el alemán ser y estar no se diferencian, pero el autor trabaja sobre ello. De esta misma manera también habla del espacio, y dice que el espacio no es esa cosa cartesiana extendida… veamos: “Los espacios y con ellos «el» espacio están ya siempre dispuestos para la residencia de los mortales. Los espacios se abren por el hecho de que se los deja entrar en el habitar de los hombres. Los mortales son; esto quiere decir: habitando (…) La relación del hombre con los lugares y, a través de los lugares, con espacios descansa en el habitar. El modo de habérselas de hombre y espacio no es otra cosa que el habitar pensado de un modo esencial.” es decir, el espacio ya no es esa cosa física externa al hombre, sino que el espacio se abre, empieza a existir a partir de que el hombre lo habita.

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