Suscribir al newsletter:

Derecho a la ciudad

Por el otro lado, Ortega y Gasset, como introducción al coloquio y antes de hablar sobre lo que dice Heidegger, habla sobre los arquitectos: «el arquitecto se encuentra en relación con su oficio, con su arte muy diferente de la que forman la relación de los demás artistas con sus artes respectivas. La razón es obvia. La arquitectura no es, no debe ser un arte exclusivamente personal, es un arte colectivo. El genuino arquitecto es todo un pueblo. Éste da los medios para la construcción, da su finalidad y da su unidad». El autor está hablando en términos de estilo, pero principalmente, lo que está diciendo es que no puede existir un arquitecto que se desligue de la identidad de su propio pueblo. A diferencia de los artistas, en cuya obra se puede anclar un poco más su impronta personal. También trabaja sobre la línea estilística y vincula la (no) posibilidad de la unidad Europea con la conformación estética de cada una de las maneras de los diferentes países de la región, Los estilos arquitectónicos en cada país de Europa son distintos. Pero mucho más interesante es cuando empieza a debatir con Heidegger y dice: «No, es cierto, estoy de acuerdo con Heidegger que en la lengua está la explicación de todas las cosas, pero Heidegger entendió mal la etimología.» Ortega y Gasset menciona que el origen común de habitar y ser no es así. Dice que ser es un término mucho más moderno en español, que viene de “sedere”, y lo asocia al momento en el que el hombre se vuelve sedentario, es entonces que el hombre es el único animal, el único ser vivo que no habita. Que los animales habitan, y prueba de esto es que los animales se adaptan a distintas zonas geográficas y no hay un animal que esté extendido en todo el planeta. En cambio, el hombre, justamente porque no hay un solo lugar al cual él pueda adaptarse, construye, y construye para habitar. Entonces para poder ser el hombre en la tierra, tiene que habitar. (Está claro que la lengua alemana y las lenguas latinas en algún punto se abrieron y no son la misma lengua) entonces para el español ser y estar son cosas distintas y para el alemán parece que no. O sea, distintas cosmovisiones, distintas identidades regionales.

Entonces uno de ellos piensa el habitar y el ser como un momento pretérito que debe ser cuidado y rescatado y descubierto, como que se ha ocultado. El otro lo pone en términos de futuro porque el hombre vive en un mundo de mierda, más o menos, que tiene que ver con la lógica de un católico. El hombre es un pecador que ha sido arrojado del paraíso a la tierra. Obviamente el alemán no está en esa lógica. El habitar no es lo mismo para Heidegger que para Ortega y Gasset, y menos que menos para los CIAM, pero ya tenemos tres posturas distintas sobre habitar, todas en el marco de una posguerra, así que por ahí, las calamidades y el habitar podrían estar vinculados.

Vamos más acá, mediados de la década del 80, se incorporan nuevas carreras a la facultad de Arquitectura, lo cual da pie a reformulación de estructuras académicas, planes de estudio, etcétera. Pero entonces la facultad también empieza a preguntarse sobre el objeto de praxis y estudio…  ¿qué es lo que estudiamos acá?… es claro, todavía hoy nos estamos preguntando esto, y todavía hoy todos hablan de habitar, pero no todos estarían de acuerdo si yo afirmo que el objeto de estudio y praxis de las disciplinas proyectuales es el habitar.

Algunos discutirán si una disciplina se define por su objeto o por su praxis, y en el caso que fuera el objeto, algunos dirán que el objeto de las disciplinas proyectuales es el espacio, otros hablaran de confort (como el que me dio el título a mí cuando me recibí  ¿?)… no estamos todos de acuerdo aún ya pasados 30 años. No estamos todos de acuerdo en que habitar es el objeto de estudio por lo pronto. Y si hablamos de praxis también, los que dicen que no es el espacio, dirán que el sentido se lo da la praxis, la praxis del proyecto. Ahora a la manera de Heidegger también podemos decir que proyectamos habitando, pero también proyectamos para transformar el habitar cotidiano. En ese momento histórico se asocian dos profesores de distinto palo. Obviamente vinculados con el movimiento nacional y popular, pero de orígenes académicos diferentes. Uno viene de la historia y otro de la morfología. Uno sigue las tradiciones que podríamos enraizar en la fenomenología, el existencialismo, Heidegger, Merleau-Ponty, en América, Kusch, Caveri. Y el otro viene del palo (que yo llamo más analítico)  de Descartes, Hegel, Kant, y que, en ese momento  está haciendo semiología (que también está de moda). En ese momento hay dos modas: Por un lado, en Europa el post estructuralismo rescata a Heidegger porque justamente centran todo en la palabra (más que rescata, indulta, se olvida de su pasado nazi, lo saca del ostracismo y dice: «qué genio este tipo!»). Pero por el otro lado, de Ortega se olvidan, Ortega no se sabe bien qué hizo ahí y Ortega es periferia, latino en ese momento, no es francés. Además germina un auge sobre la semiología, la semiótica o como quieran llamarlo, el signo como gran valor, cuando se han acabado los relatos, cuando la historia no tiene sentido, etc., etc., el signo empieza a aparecer. Y dentro de ese marco, Doberti rescata a un estructuralista como Ferdinand de Saussure que justamente en su Manual de Lingüística, también se centra en el habla. El sistema de significación por excelencia que determina el ingreso a la cultura es la lengua. Ferdinand de Saussure hace lo que digo que hacen estos muchachos analíticos: inventa. En vez de tomar la tradición de citar y revivenciar a los anteriores y por analogía construir el pensamiento, partió de cero, creó la lingüística, la semiótica, el análisis diacrónico y sincrónico, también lo inventa este tipo, pero siempre centrado en el habla. ¿Qué hace Doberti con esto? Dice que hay dos sistemas de significación, que están a la par, que son igualmente conformantes, de la humanidad: hablar y habitar, y que ambos tienen el mismo origen, el mismo momento histórico. EL hombre empieza a ser hombre cuando empieza a transformar la naturaleza y cuando empieza a comunicarse mediante el habla. Aceptamos la caracterización de la ciudad como apropiación (y ojo, el término apropiación no es inocente) consciente, estable y colectiva del espacio. “La Ciudad se genera como texto, como escritura global del Habitar. Escritura y Ciudad van a fijar, a estabilizar las estruc­turas del Hablar y del Habitar. En otras palabras, van a objetivar los sistemas de voces y de formas, los van a desple­gar ante la comunidad: habremos pasado de la disponibilidad del signo a la disponibilidad del sistema, del fundamento de la humanización de la especie al fundamento de la historici­dad de la humanidad.”(6)

“La cuestión básica es que las relaciones del Hablar y del Habitar con la «realidad», el «conocimiento» y las «necesida­des» tienen otro carácter. Esas relaciones no devienen de las tranquilizantes condiciones de la respuesta, la objetividad y la utilidad, sino que contienen todas las aperturas del inte­rrogante, con los correspondientes márgenes de creatividad y de inseguridad.

El ser humano, (…) es aquél para quien «realidad», «conocimiento» y «necesidad» no son datos sino incógnitas. (…) En otros términos, una comunidad califica, determina y en última instancia construye, lo que para ella será lo real, lo verdadero y lo útil, a través de sus modos de Hablar y de Habitar, modos siempre inestables, modos que son siempre, a la vez, imperativos y discutidos.

Pero la otra cuestión básica es que ese cuestionamiento a la «natu­ralización» de los códigos, ese rechazo a la aceptación de su identificación con lo real, a su acatamiento «espontáneo», queda acallado en la dinámica social, es apenas subterráneo susurro. La dinámica social se convierte así en su absoluta negación: tiende a la «estática natural».

Cuando eso ocurre, cuando la codificación enmascara su condición social y mutable y se impone en la conciencia como el modo «natural» de ser de las cosas y la sociedad, implica la necesidad de su aceptación, puesto que ha circunscripto no solo el campo de lo existente, sino también el campo de lo posible. En ese momento la codificación, ocultadora de su origen no solo describe, sino que también prescribe el ser y el hacer de los hombres; no solo propone, sino que también impone las conductas, no solo nomina, sino que también deter­mina los valores. En ese momento los Sistemas del Hablar y del Habitar devienen en ideología dominante.(…) La socialidad: armada y articulada por prácticas socia­les, es decir, por prácticas que podríamos caracterizar como actividades instauradas, ejercidas, nominadas, reconocidas, delimitadas, legitimadas –en fin, institucionalizadas- en un marco histórico específico; generadas y recor­tadas por una comunidad que las estipula y las transforma.” (7)

Son un montón de condiciones, pero lo que estamos diciendo es que todos los hombres habitamos, pero habitamos de una forma diferente según la comunidad en la que estamos.

Los comentarios están cerrados.