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Una mirada sobre los territorios excluidos; la transdisciplina como horizonte transformador

La organización barrial y la base como respuesta a los sistemas simples

Martín Barbero (1991) sostiene que:

las masas significan un nuevo modo de existencia de lo popular definido no como lo otro, sino como la cultura subalterna, la cultura dominada. A su vez una cultura desvalorizada por la cultura hegemónica y por la economía que de alguna manera será revalorizada por la política.(P,2)

Martín Barbero (1991)

En el mapa “los últimos de la fila”, los excluidos, los invisibles, los nadie, los pobres (sin eufemismos) no piensan en el futuro lejano. Pero en el territorio comen, duermen, viven, sobre-viven, producen y se expresan, pero sobre todo se mueven y construyen. Planifican ese movimiento probablemente sin arquitectos, sin urbanistas, sin antropólogos. Con otros saberes. Del mismo modo, el arte que emerge de los barrios populares inunda las calles, copa el espacio público haciendo de él un soporte valioso y sumamente simbólico para producciones artísticas tales como stencils, graffitis, pintadas, murales, fundiendo el arte, la vida y la ciudad. Lo “no planificado” es lo que se escapa del diseño urbano para generar (y disputar) sentido con la fuerza de sus denuncias y sus contenidos, como una manera de resistir a la antes mencionada “exclusión” generando cultura visual.

Creemos que pensar la estética, el espacio y la percepción del mismo a partir de los sentidos socialmente adjudicados posibilita reflexionar y poder acercarse a la complejidad de los mismos. Nos parece un ejemplo interesante y concreto para reflexionar: Los altares, dispositivos presentes en todos los barrios populares y emplazados en su mayoría en el espacio público, construidos colectivamente y con un particular vínculo con la comunidad.

Los altares son dinámicos e inacabados, se van modificando continuamente, se suman ofrendas, elementos, objetos con una gran carga simbólica que son seleccionados para ser recordados, reivindicados y que son retomados de diversas tradiciones y reactualizados en nuevos conjuntos y que configuran una estética particular, que forjan la cultura visual del barrio, su memoria y por ende su identidad y su pertenencia. Una camiseta, una botella, una estampita, un dibujo, una flor, unas zapatillas, una fotografía de un pibe que ya no está, un juguete, una carta, una gorra, una escultura de un santo o un artista popular. Así, por iniciativa de la gente de los barrios se ha establecido frente a muchos santuarios un templo.

Es inevitable pensar por un lado en la construcción colectiva de sentido y pertenencia que allí sucede, donde el vínculo símbolo-territorio convive con las experiencias, los sentimientos y trayectorias particulares, familiares y comunitarias de los sujetos, en la calle, en la vía pública.

Por otro lado, es innegable la dimensión estética que los altares presentan/convocan. Resulta muy interesante reflexionar sobre la producción de conocimiento que generan estos elementos, como testimonios, como objeto de realidad que interviene en ella y opera activamente.

Reflexionar sobre los mecanismos culturales,visuales, estructurales existentes en los barrios populares nos parece clave para la comprensión del territorio y para problematizar la realidad. Reivindicarla es un acto contrahegemónico ante lo unívoco y universal, que reconoce que hay un carácter cultural, ideológico y funcional en las creencias y las producciones para los sectores populares, donde también se generan sitios de resistencia ante la opresión, la injusticia y la privación (material, educativa, política)

La cultura subalterna, va de alguna manera siendo testigo de su propia memoria, su significación y su archivo, ya que lamentablemente se ausenta (es negada) en la historia del arte oficial, en los museos, en los circuitos hegemónicos, donde históricamente ha generado controversia el “arte popular”. Es innegable que el arte es y ha sido siempre una herramienta de transformación, de lectura de la realidad y debe ser entendida como tal. Entonces, por fuera de los circuitos oficiales y muchas veces lejos de las instituciones, pero con una lógica propia que rompe la de la división y que se vincula desde los aportes y los intercambios mutuos, el hábitat popular pone en evidencia una relación asimétrica que nos interesa visibilizar con la intención de validar y reivindicar su reconocimiento popular, el que no aparece en los libros.

En el barrio, la compañera, mujer, madre, negra, pobre, gorda por consumir mucha harina, pone un espacio (que no le sobra) para que los pibes del barrio tomen la leche, hagan la tarea, para que las otras madres se junten, hablen, para que no se sientan solas y para que problematicen la violencia de los padres ausentes, para que escuchen las historias que son parte del contexto en el que construyen su vida; para que se organicen, para compartir lo poco. Ella, la compañera, construye una red, cose como sabe, hilos invisibles de apoyo cotidiano. Da donde falta, pide donde sobra. Negocia, aprieta, súplica, arrebata, pero sobre todo construye futuro.

Encontramos en esta acción barrial cotidiana, una práctica simbólica que atraviesa la vida urbana en el barrio, una metáfora para la organización conjunta comunitaria y contrahegemónica como respuesta a los sistemas simples. Comprender la organización barrial ayuda a entender los modos de construir la ciudad de los sectores populares, en redes. Nadie se salva solo, no es un eslogan de campaña. Es una forma de organización colectiva no lineal, no central, no legítima.

Entonces la propuesta es mirar esa otra parte de la ciudad desde los sujetos que la construyen, la apropian y la viven para comprender la/s forma/s de concebirla desde ese lugar disruptivo.

Los barrios populares son normalmente entendidos como “barrios carenciados”. ¿Pero de qué carecen? Sin romantizar la pobreza, lejos de eso, entendemos que le falta mucho de lo material. Le falta comida, abrigo, casas dignas, les faltan escuelas, pero sobre todo posibilidades. Aún así, parece invisible algo sumamente valioso que sí tienen: están socialmente organizados. En el contexto actual, ante la situación de pandemia quedó en evidencia que muchas veces estos escenarios tienen organización colectiva, compromiso social y militancia. Promotoras de salud, de género, merenderas que ponen todo, hasta lo que no tienen.

Figura 5. Fotografía de las compañeras del comité popular de EL PELIGRO, La plata, mayo del 2020 Sacada por R.Sarmiento

Martín Barbero (1993) afirma que lo popular y lo urbano coexisten, se fecundan y se transforman.Sostiene

“La ciudad ocupa hoy un lugar estratégico en el cruce de los debates teóricos con los proyectos políticos, de las experimentaciones estéticas y las utopías comunitarias. Lo cual nos está exigiendo un pensamiento nómada, capaz de burlar los compartimentos de las disciplinas y convocar los diversos lenguajes de las ciencias y las artes, confrontar la índole de los diferentes instrumentos teóricos, descriptivos, interpretativos, e integrar saberes y prácticas: la comunicación con el drama urbano, la música con el ambiente y el paisaje, la arquitectura con los trayectos y los relatos, el diseño con memoria y la ciudad” (P,1).

Martín Barbero (1993)

Debemos ser capaces de reconocer la potencialidad de la transdisciplina para la comunidad, como una herramienta de comprensión e intervención de la realidad, que borra fronteras y desintegra distancias posibilitando un verdadero cambio. Creemos firmemente que la mirada integradora conlleva a la verdadera transformación sociocultural, generando interrogantes y dando pie a nuevos debates que la fragmentación y la división disciplinar coartan.

Abordar temas relacionados con el hábitat y el acceso a la ciudad de los sectores populares desde una mirada que evidencie la necesidad de pensar el hábitat popular desde la complejidad, desde la diversidad y el choque heterogéneo. Sin dejar por fuera debates de “otros sectores” . Abordar lo actual dejando de ver las esferas disciplinares disociadas y empezar a profundizar en los aportes culturales para construir nuevos modos de mirar y apropiarse de la ciudad, asumiendo a su vez el rol social y la responsabilidad que tenemos. Como Ramona y las merenderas, construyendo redes, tendiendo puentes, articulando saberes y desdibujando las jerarquías para abolir lo unívoco en pos de un conocimiento que visibilice y reivindique a los sectores populares.

Si los territorios están excluidos, es también por una incapacidad de comprender lo que los constituye. Los territorios se ven pero no se escuchan, no se entienden. Si lo que falta solo es material sobre un tablero raso, la tarea de integrarlos es sumarles lo que no tienen. Sin embargo, cuando los entendemos como socialmente organizados, a pesar de las formas, le damos complejidad a esa “falta material”. ¿Cómo aportamos a un proceso organizado? ¿Cómo potenciamos ese proceso? Esas preguntas solamente pueden responderse si los que viven son protagonistas, si el estado está presente pero no impone, si las soluciones son procesos y no objetos, si no son fachadas de colores que ocultan las vivencias.

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