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Revisando el espacio doméstico desde la perspectiva de género

Conversaciones con Zaida Muxí

Zaida Muxí Martínez es Arquitecta por la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires, Doctora por la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad de Sevilla y Profesora del Departamento de Urbanismo y Ordenación del Territorio en la Escuela Técnica Superior de Barcelona de la Universitat Politècnica de Catalunya.

Ha dirigido, junto a Josep María Montaner, el Máster Laboratorio de la Vivienda del Siglo XXI en la Universitat Politècnica de Catalunya. Fundó y fue miembro del Col·lectiu Punt6 hasta el año 2015, una cooperativa de arquitectas, sociólogas y urbanistas de diversos países del mundo que trabajan desde la perspectiva de género aplicando estrategias, como la participación y la acción comunitaria, y fomentando la sostenibilidad y la economía solidaria. Entre 2015 y 2019 ha sido Directora de Urbanismo, Vivienda, Medioambiente, Ecología urbana, Espacio público, Vía pública y Civismo de Santa Coloma de Gramenet. Es especialista en arquitectura y urbanismo con perspectiva de género y feminista. Sus libros más destacados son La arquitectura de la ciudad global (Gustavo Gili, 2004), Arquitectura y política. Ensayos para mundos alternativos (Gustavo Gili, 2011), Mujeres, casas y ciudades. Más allá del umbral (DPR-barcelona, 2018) y Política y arquitectura. Por un urbanismo de lo común y ecofeminista (Gustavo Gili, 2020).

La entrevista con Zaida fue realizada el día 14 de enero de 2021, en su estudio en el Barrio del Born en Barcelona, España. Fue una charla muy amena que duró más de dos horas.

Luciana Pellegrino: Esta entrevista forma parte de uno de los números de la revista Hábitat Inclusivo, que trata de revisar el espacio doméstico. La invitación es a reflexionar y repensar una nueva domesticidad que rompa con los valores asociados tradicionalmente a lo doméstico, como la distribución de roles de género y de tareas que se desarrollan en ese espacio. Queremos hacer hincapié en las tareas de cuidados, que generalmente se asignan a las mujeres, en ese espacio doméstico. A nuestro entender, este espacio tiene ciertas características que lo vuelven muy cerrado, enfrascado, que no tiene una relación fluida con otres, con la ciudad ni con la comunidad, sino que queda como un espacio aislado, donde se reproducen desigualdades, especialmente de género. Entonces, el concepto que postulamos de “posdomesticidad” busca romper con esas ideas, tanto en relación a las características físicas de ese espacio como a sus características simbólicas, para que deje de ser un espacio cerrado y permita otro tipo de situaciones y de relaciones más equitativas que no reproduzcan roles de género. Como equipo editorial lanzamos esa idea y ese concepto y buscamos con este número tener distintas miradas al respecto. Es por eso que nos interesa mucho tu opinión, ya que tenés un largo recorrido sobre el tema…

Entonces, para comenzar, voy a preguntarte: ¿cómo definirías lo doméstico?

Zaida Muxí: Es difícil definirlo. Lo doméstico está asociado a un mensaje de construcción de los imaginarios correspondientes de cada época, de unas relaciones sociales. Si pensamos que doméstico viene de domesticus, del trabajo en la domus, en la casa, entonces lo doméstico son las tareas de la casa. No sé si es posible dejar de tener tareas de la casa o tener cuidados de la casa y de quienes las habitan. Yo creo que no, que siempre estarán ahí. La casa siempre necesita y ha necesitado cuidado, pero no se ha visibilizado. Lo doméstico está muy relacionado con la mirada masculina de la casa como refugio. Repensar esa domesticidad, o esa “posdomesticidad”, quizá tenga que ver con resituar los cuidados. Yo creo que esta cuestión que comentabas de que los espacios de trabajo de la casa están aislados, están cerrados, son fríos, oscuros… es porque no se consideran los cuidados. En realidad, la domesticidad como ideal se ha construido desde una experiencia que vive lo doméstico desde el confort, desde el “guerrero que vuelve a casa a descansar”, y no desde quien está trabajando en lo doméstico. El trabajo de lo doméstico es muy cansado, muy ingrato, nunca acaba. Hagas lo que hagas al otro día vuelves a tener las mismas tareas. Es muy poco gratificante y estresante, porque no completas la lista de tareas al acabar el día. Como muestra muy bien la película y la novela “Revolucionary road”, donde se supone que es él, en este caso en la película es Leonardo Di Caprio, el que va a la ciudad a trabajar y se supone que es la mujer quien se queda en la casa “sin hacer nada”. Pero lo que en realidad ves es que él está siempre en lugares con gente. Donde él está hay hombres y mujeres jóvenes. Llega del trabajo después de haber viajado y pone los pies sobre el cajón y fuma. Tiene tiempo de descansar y una vida social muy activa. En cambio, ella desde que él se va hasta que él vuelve no ve a nadie, salvo a sus hijos cuando vuelven del colegio, y está trabajando todo el día haciendo tareas de carga física muy grande. Y además sola. Yo creo que esa situación de la soledad es muy duro. Insisto que para poder cambiar esta domesticidad debe haber un replanteo de roles y del lugar que ocupamos hombres y mujeres, pero también hay que resituar los cuidados. No se trata de decir: “no, no van a existir”. Sí, existen. Creo que ese es un cambio muy profundo: reconocernos como animales necesitados de cuidados.

L.P.: Una reflexión que rescato mucho de tu trabajo es que las viviendas no deberían ser piezas autónomas, sino que, cuando son capaces de favorecer la creación de redes sociales y comunitarias, crean ciudad real (1). ¿Cómo entendés la relación entre vivienda y ciudad?

Z.M.: Bueno, actualmente, y más hablando de ciudad y no de pueblo, la primera cosa sobre la vivienda es que tenemos que hablar de vivienda colectiva y a partir de ahí empezar a ver qué calidad tiene esta vivienda colectiva. La ciudad no se hace de piezas individuales, pero tampoco que sea colectiva es suficiente, aunque es el primer paso. Efectivamente, esta vivienda colectiva puede ofrecer otras actividades y gradientes espaciales entre lo privado y lo público, para no generar dos mundos escindidos, sino espacios concatenados. En un momento es puramente público y en un momento es puramente privado, pero en el medio hay mucho gris, cosa que muchas veces no pasa. Evidentemente, no siempre podrás tener las mismas soluciones. También a veces se piensa erróneamente que toda la planta baja sean comercios, aunque depende la densidad de habitantes que tengas eso podría no funcionar. Creo hay que ser más creativo/a y pensar que en esas plantas bajas, que es donde se juega parte de esa relación entre lo público y lo privado, pueden haber otras cosas y no parking precisamente. En vez de puertas de aparcamiento o rejas puede haber espacios de actividades colectivas del edificio o espacios que la comunidad utilice para usos sociales y colectivos. ¿Por qué un equipamiento siempre tiene que ser un elemento que está afuera y es autónomo? Es cierto que hay una eficiencia de gestión en eso, pero también podemos pensar en otros tipos de gestión más colectivas y comunitarias; es decir, que no sólo exista el gran edificio público, sino que las plantas bajas puedan servir también para usos más comunitarios. En ese sentido, es muy interesante lo que está trabajando el Col·lectiu Punt 6 (2), que es la idea de cooperativa dispersa y de cohousing disperso, donde los equipamientos del cohousing también están dispersos en la ciudad. La idea de cohousing lo que implica es que tienes viviendas y compartes -depende cada grupo- espacios de cocinas, de reuniones, habitaciones extras para amigos y amigas, aparcamiento de bicicletas, huertos, etc. Aunque también me cuestiono si la única manera de tener esta opción de vida es hacer un espacio nuevo. ¿Qué pasa con todo lo que tenemos edificado? Esa también es una reflexión que es importante hacer, porque las ciudades ya están edificadas. No se trata de pensar la ciudad ideal de nueva planta. Un cohousing de nueva planta ya sabemos cómo es. Sabemos que puede generar todos estos espacios de transición. Pero, ¿cómo hacemos para que eso suceda, tanto las ventajas del cohousing y de la vida comunitaria como los efectos de la transición entre el espacio público y el privado en la ciudad que ya existe?

L.P.: Son interesantes los espacios comunitarios que vos nombras: huertos y espacios para realizar actividades de forma colectiva. Eso también trasciende a lo que tradicionalmente asociamos al espacio de la vivienda.

Z.M.: Claro, es que no todas las tareas de cuidado las vas a resolver dentro de tu propia casa. Lo puedes hacer, pero cuánto mejor, más eficiente, más económico y hasta más divertido podría ser tenerlo de manera colectiva. Por ejemplo, ¿cuántas veces reparo una bicicleta? Si tengo un sitio compartido no necesito tener la bomba para inflar… También da la oportunidad de generar otro tipo de redes, que evidentemente también requieren un trabajo, un esfuerzo. Requiere dejar de pensar en el ser individual, autónomo. El ser humano no es nada si no está en sociedad. Hay que dejar de pensar en esa autonomía falsa del ser humano.

Otra cosa importante son los conflictos. Muchas veces se habla de los conflictos que genera el compartir. Le tenemos miedo al conflicto y eso es ridículo. Si entre dos nos peleamos, ¿dónde está el problema que entre quince discutamos? Lo que pasa es que quizás es algo que no hemos aprendido. En esta idea de que cada quien tiene toda la razón no aprendemos a escuchar, ni a dialogar, ni a poner sobre la mesa las dificultades, sin que eso ponga en riesgo nada más que esa dificultad que estás tratando. Además, hay que tener en cuenta que, cuando no se logra resolver el conflicto, como también sucede en una pareja, hay agentes externos que te ayudan, como mediadores, psicólogos, artistas… Hay que romper esa falsa idea bucólica de que como la familia es tan perfecta, y todo va bien, el problema está en los grupos grandes.

L.P.: ¿Consideras que el espacio doméstico es un espacio político o de disputa política?

Z.M.: Es un espacio político en tanto su forma, su ubicación, su normativa. Todo viene marcado por leyes y no vivimos cada quien como quiere. En ese aspecto, hay una determinación, un modelo de sociedad que se construye a partir de ese espacio doméstico. Entonces sí, claro que es político. Y luego, si vamos a las personas que lo habitan, también. Las máximas feministas dicen que “lo personal es político”; por tanto, como cada una y cada uno gestiona esos espacios, como cambiamos de atuendo -en el sentido de cómo es cada quien– cambiamos en la intimidad, en lo doméstico y en la cercanía de lo público.

L.P.: Muchas veces se toma al espacio doméstico como neutral. Creo que ambas estamos de acuerdo con que no hay espacios neutrales. Entiendo que a lo que te referís es que hay una carga simbólica detrás del espacio doméstico, donde hay ciertos patrones que, de alguna manera, nos determinan; por ejemplo, los roles de género o cómo usamos el espacio. En ese sentido, aporto una reflexión de Rita Segato, que dice que en la sociedad moderna occidental el espacio doméstico se ha despolitizado, en el sentido de la política como acto instituyente, como espacio de discusión, de debate, de cambio y de toma de decisiones políticas. ¿Estás de acuerdo con esta idea de que la vivienda se ha ido despolitizando?

Z.M.: Claro, es un espacio que no se cuestiona. Es totalmente político, pero en la conciencia de todos los habitantes no lo politizamos: “es lo que es”. Pareciera que no hay otra cosa, que es así. Aunque creo que no es tanto que la sociedad esté despolitizada, sino que hay diferentes estratos de la sociedad, que ya no es tan homogénea. Hay quienes han comprado el discurso de “lo que tengo, valgo” y “mientras tengo, ya tengo y no me importa”. Eso también es un discurso político. El neoliberalismo es un discurso político. En ese conformarme con ser un consumidor, y no un ciudadano o ciudadana activa, estoy tomando una posición política. Entonces, como decía antes, la vivienda es parte importantísima de la política en general y también por áreas: la política social, la económica, la territorial…; es decir, la vivienda atraviesa todo. Lo que pasa es que se la ha intentado despolitizar en el sentido de quitarle ese valor y pensar que es así porque tiene que ser así. Es propiedad privada y eso no se cuestiona. Al menos deberían existir alternativas, como hay escuela pública y escuela privada. ¡La vivienda pública es un derecho!

Por tanto, creo que en parte tiene que ver con que para que sea un espacio político o no, en términos de lo que decías de Rita Segato, también tiene que ver con nuestra situación real o percibida en una escala de valores de esa sociedad en concreto. Existe la idea de que como la vivienda es privada y es “lo que yo he conseguido” no entra en el campo de la disputa; en cambio, sí entra en la disputa el espacio público, que es el sitio donde reclamar derechos. En ese aspecto, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) (3) marca un cambio en España en el hecho de luchar por dejar que sea un problema individual y no politizado a ser un problema, social, colectivo y político. La vivienda no es un éxito personal, como todos creemos. Lo que pasa es que el sistema es tan perverso que desgraciadamente hay muchas sociedades donde el sistema económico y político es tan frágil, o tan poco igualitario, que la vivienda, en quien la tiene, falsamente se crea una situación de privilegio. Pero, en el fondo, sabe que es su garantía de jubilación, cosa que también es muy terrible. Otros ni siquiera tienen eso.

L.P.: Realizás una crítica muy interesante sobre la distribución de roles y tareas en la sociedad determinadas por la división sexual del trabajo: “mientras existan dos esferas de trabajo, uno remunerado, reconocido y visible y otro no remunerado, no reconocido e invisible, no podremos hablar de un nuevo orden simbólico; en la base de una división de tareas injusta y no reconocida está el sistema jerárquico patriarcal, sea el sexo que sea el que asuma cada rol de género” (4). ¿De qué forma se pueden repensar las tareas de cuidado? ¿La Arquitectura tiene algo para aportar en este sentido?

Z.M.: Yo creo que se trata de cambiar el valor que le damos a los cuidados. Al final todo se organiza a partir de qué valor le damos a las cosas. Hoy en nuestras sociedades el cuidado no tiene ningún valor. Es algo que se da por hecho: “vivimos porque vivimos”. No, vivimos porque alguien nos cuida, nos cuidó y nos cuidará. Si cambiamos eso y empezamos a darle lugar, valor y reconocimiento cambiará la perspectiva que tenemos y posiblemente también sea un mecanismo para hacer una distribución más igualitaria y hablar de elecciones. La mujer, si tiene hijos y tiene que cuidar, no elige dejar de trabajar. Lo elige porque no hay opción. Entonces, se trata de pensar cómo las sociedades pueden dar esa opción real a ellos y ellas.

Y sí, yo creo que la arquitectura condiciona. Condiciona el hecho de que haya espacios invisibles. Si uno entra en una casa y nunca ve una cocina o un lavadero es difícil darle valor. Aquello que no vemos no existe, como la división del trabajo o la división de la producción en el mundo. Mientras usemos cosas que están fabricadas en cualquier lugar del mundo y no veamos el impacto que genera, ¿qué nos importa? No podemos hablar de aquello que no podemos entender. No podemos reconocer algo que no vemos. Les pasa a los niños y niñas hoy; creen que un tomate es algo que sale de una bolsa de plástico, no de una planta que está en la tierra, que hay que cuidar, que necesita sol, etc. Esto es un poco lo mismo: la necesidad de reconectarnos con el animal, con la tierra, con la vida de verdad. En ese sentido, la arquitectura también juega un rol importante. Por ejemplo, con la visibilidad de las cocinas, atendiendo a su diseño -no se tratar de tener la cocina en exhibición permanente, porque eso también es un problema-, o con espacios de igual tamaño o que no generen una jerarquía espacial, que presuponga una jerarquía en ese grupo de convivencia, y que a la vez proponga esa jerarquía, porque a veces no puedes cambiar la manera de organizarse una casa o los usos, puesto que los tamaños te condicionan.

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